Dos temas son el punto de partida, uno, la nueva Ley de humanidades, ciencia, tecnología e innovación, aprobada el año pasado. Fue un suceso que no pasó desapercibido, pero creo que no recibió la atención que merecía tal vez por ser un tema poco tratado en los medios masivos de comunicación y en las redes sociales. Esta ley, hasta cierto punto, fue un parteaguas en términos de que por primera ocasión se reconoce a las humanidades como parte de la ciencia. Nadie dudaba de ello desde hace siglos, pero, expresado en las leyes, generalmente ciencia era sinónimo de ciencias matemáticas y física, de las llamadas ciencias exactas.
La segunda campanada relativa a la ciencia en la era de la 4t, es la reciente aprobación de que durante el gobierno de Claudia Sheinbaum habrá una Secretaría de Ciencia que encabezará Rosaura Ruiz. Esto significará que el actual CONAHCYT se transformará en una Secretaría. Lo anterior, dijo Sheinbaum, implicará no únicamente la elevación de una Comisión al rango de Secretaría, sino que se propone lo anterior bajo la idea de convertir a México en una potencia en materia de ciencia. Era de esperarse este tipo de cambios dada la formación de quien será la presidenta de México, como académica y científica.
También en la ciencia existe el clasismo y racismo, aunque con sus propias connotaciones simbólicas. La antigua y hasta perniciosa división entre ciencias exactas y humanas no ha sido eliminada dentro de universo de la ciencia, el reconocimiento que la Ley en México hace de las humanidades es importante porque se trata de un acontecimiento histórico por lo menos para México. La elevación a ley de la existencia de las humanidades reconoce la labor de cientos de miles de mujeres y hombres que llevan a cabo esta importante labor, sobre todo en naciones que se ubican en la periferia del mundo occidental central.
Las ciencias del espíritu que emergieron como saberes orientados a comprender la conducta de mujeres y hombres con fines disciplinantes, han logrado un espacio propio luego de que fueron expulsadas del mundo científico clásico porque no se les consideraba científicas en tanto que los humanos no eran susceptibles de someterse, como en las ciencias exactas, a experimentos. De fondo, y desde el punto de vista histórico, lo hizo la ciencia clásica fue abonar el terreno del saber de la sociedad industrial con el fin evitarle contratiempos de un tipo de pensamiento de carácter social que conflictuaba el mundo positivo de la naciente.
En ese sentido, más vale tarde que nunca, súmese el reconocimiento a la 4t por elevar a las humanidades dentro del marco normativo existente. Como el reconocimiento vino de la mano de la creación de la Secretaría de Ciencia, como se ha indicado, es importante reconocer que con el fin de que aquel reconocimiento no sea únicamente un planteamiento normativo, las humanidades deben contemplarse en el propósito que se encuentra implícito y se ha hecho explícito al anunciar la creación de la secretaría: avanzar en la potencialización de México en el mundo de un tipo de saber reservado históricamente a naciones desarrolladas.
El paso que se dio y el que se dará son importantes, sin duda, al tratarse de una actividad tan especial como es la ciencia y sujeta a intereses que vienen de su nacimiento en occidente, en el contexto de la crisis de sobrevivencia en que se encuentra ese modelo hegemónico desde hace 500 años en el mundo, es pertinente afinar o pensar los pasos que es pertinente dar y sobre todo hacia dónde y cómo acompañarlos. Uno de ellos tiene que ver con revisar el modelo neoliberal de ciencia en que se fundó esta actividad en el pasado inmediato. Tuvo tres pilares, las universidades públicas, la creación del antiguo CONACYT y el impulso al Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
El modelo neoliberal que se instauró debilitó el proyecto de universidad pública mexicana. Las universidades públicas derivaron su accionar institucional hacia la tarea de producir profesionales de nuevo y antiguo tipo afín a los requerimientos del sector productivo y en detrimento de la actividad científica. El perfil de la universidad pública se debilitó al máximo ante el surgimiento de entidades privadas a las que ella misma les abrió paso. No se requería estructuras complejas porque la ciencia pasó a segundo plano. Los nuevos propósitos los podría cumplir cualquier otro proyecto como ocurrió con la universidad privada.
Las fronteras que separaban a la universidad pública de la privada se debilitaron, se borraron poco a poco. El fuerte que es la investigación científica como parte consustancial de la existencia de la original universidad pública se abandonó y derivó en un tipo de universidad que aporta poco al proyecto nacional de nación que se requiere construir: en la búsqueda de la verdad, sin traiciones a la patria y solidaria, en una palabra, humanista. A la universidad privada no se le puede exigir lo mismo, por supuesto, pero el terreno en el que abrevó la universidad pública le facilitó el camino para su fortalecimiento que apunta a valores y prácticas muy distintas de un modelo científico popular como apunta la Ley de Humanidades, Ciencia, Tecnología e Innovación.
Las estructuras de la universidad pública (y de las privadas) se convirtieron en penosas listas de cientos de profesores contratados por horas y por salarios que contribuyeron, y esto no ha cambiado de momento, al deterioro del nivel de vida de millones de profesionistas, mujeres y hombres indignamente pagados. Existen remedos de universidades privadas que pagan a los profesionistas hasta 50 pesos la hora. Por otro lado, en las universidades públicas, pequeños núcleos académicos dedicados a la actividad científica, motivado por el surgimiento del SNI, tienen un impacto científico limitado, aunque ligeramente superior en términos cuantitativos con respecto al pasado preSNI.
Lo anterior implica que, en el nuevo modelo de nación y ciencia al servicio del pueblo, humanista, amerita y requiere, se revise el pasado neoliberal del modelo educativo que, aparte de dividir a los empleados docentes (y a éstos con respecto al resto de los universitarios), deja a la mayoría de los profesores fuera de la investigación abocados hacia tareas al interior del aula, y vagando de universidad en universidad tratando de subsistir. Lo anterior, con el impacto que esto tiene en la preparación de los estudiantes en aulas saturadas de muchachos a los que de por sí ya la educación en aula implica un primer distanciamiento entre docente y estudiante.
Si existe una nueva escuela cuyo modelo se aplica a la educación primaria, la educación pública demanda una revisión de la estructura de la educación superior con el fin de respaldar un proyecto científico humanista, que sólo algunas instituciones lo han comprendido, y que pretende llevar a México a un escenario en el que no necesariamente se busque disputar el sitio en donde juegan las grandes potencias creadoras de ciencia, sino a convertir a la ciencia en un producto consumible por las mujeres y los hombres simples, los no privilegiados. (El autor es responsable de los seminarios de Textos científicos y de Ciencia, teoría e investigación, en el doctorado en Ciencias sociales de la Facultad de Trabajo Social, Sociología, Psicología y Psicoterapia de la UATx).
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