México comienza a volverse nuevamente un país de desplazados. Un espacio en la mira de quienes, gracias a la globalización y el capitalismo, ven en nuestro territorio una oportunidad de explotación, crecimiento y expansión, aunque todo ello termine siendo a costa de la explotación desmedida de nuestros recursos o el desplazamiento de nuestras comunidades originarias e incluso la erradicación de nuestras costumbres.
Así lo hicieron los conquistadores, quienes se adueñaron de nuestro territorio, construyeron iglesias encima de las pirámides para validar sus propios cultos y así exterminar los nuestros e incluso se apropiaron de nuestros insumos y riquezas. La situación actual con la llegada constante de extranjeros en destinos turísticos no dista mucho de esa conquista, la diferencia está en que ahora el capital es el punto de mando, ya no se requieren grandes negociaciones pues la necesidad es la brújula que apunta del norte al sur.
El capital determina quiénes prevalecen en un espacio, en las playas, los centros de lugares como Mérida, la Ciudad de México, San Miguel de Allende o colonias específicas en donde incluso la moneda ya no es únicamente el peso mexicano y el idioma no es el español, espacios como Careyes donde una persona común entra para trabajar, pero no para disfrutar de sus playas. Es mediante el capital que quizás puede poseerse una isla protegida en Quintana Roo, terreno que suele acabar en manos extranjeras.
Mazatlán, es uno de los ejemplos recientes que pueden explicar el fenómeno previamente descrito, mejor conocido como gentrificación, donde los turistas e inversionistas buscan erradicar tradiciones como la banda sinaloense por considerar que es algo estruendoso, incluso el empresario Ernesto Coppel se popularizó a través de redes sociales por querer regular esta que ya es una tradición en Sinaloa, por lo que miles de músicos se reunieron frente a los hoteles del empresario para protestar al respecto.
Lo ocurrido en Mazatlán es sólo un ejemplo de lo que ocurre en múltiples ciudades no sólo de México, sino también del mundo, donde las personas con mayor capital se han adueñado de espacios, imponiendo así sus costumbres, incluso hay un estudio que habla de cómo el sonido de la gentrificación es el silencio, pues el turismo extranjero prioriza el descanso, pero también un estilo de vida que va respaldado por su poder adquisitivo y termina obligando a quienes no pueden mantenerlo a desplazarse de sus espacios.
Mérida ya cuenta con locales creados por extranjeros, librerías que ofrecen únicamente artículos en inglés porque sabe que su población extranjera se está incrementando, por ende, también suben las rentas de múltiples espacios que solían estar habitados por sus pobladores nativos, quienes al igual que personas de otros Estados, se han visto en la necesidad de trasladarse para dar continuidad a su vida.
El incremento de costos y el estilo de vida puede justificarse en algunos lugares bajo el concepto de desarrollo, tal como vemos en la colonia Roma de la Ciudad de México, ¿pero podemos considerar progreso al avance a costa de los oprimidos? Esta situación también es claramente visible en las fronteras de grandes ciudades, donde los barrios de élite se crearon a costa de desplazamientos o compras sumamente baratas a quienes no tenían las mismas posibilidades.
Barcelona, París y otros puntos de Europa también son un referente de estos movimientos, donde los alquileres se han elevado por el turismo, el uso excesivo de plataforma como Airbnb que ofrecen alojamiento en pleno centro con las mejores vistas. En general los propietarios han preferido este sistema y llegan a modernizar colonias enteras con tal de ofrecer un nuevo atractivo turístico.
El crecimiento y la expansión es inevitable, sin embargo, hemos de hacerlo de forma consciente, respetando las tradiciones de los espacios que habitamos pues de lo contrario no sólo se pierde nuestra cultura, sino una cosmovisión entera respecto a cómo vemos la vida.
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