Me enteré que van demoler la escuela primaria Artículo 123. “Tomas Valdés Vda. de Alemán”, y llegan a mi mente recuerdos de años atrás de este edificio que, durante setenta y cuatro años ha impresionado por su enorme tamaño a todos los que llegamos desde niños, como a mí al entrar al primer grado de primaria en 1962.
La institución contaba con salones amplios, grandes ventanales, bebederos en los corredores, donde alcanzarlos y atrapar un trago de agua ya era una proeza.
Pasillos inmensamente largos, donde los más chicos jugábamos pateando una ficha; bodegas oscuras y misteriosas que despertaban en nuestra imaginación cierto temor cuando teníamos que entrar por la banda de guerra.
Al crecer y pasar a grados superiores, jugábamos carreras en el extenso patio, los más atrevidos trepaban a escondidas de los maestros por la base tubular para alcanzar los tableros de básquet, en esa cancha donde se presentó un equipo muy famoso de basquetbol de Estados Unidos, en el año 1967, para enfrentarse a un equipo local.
Estábamos en 6o. Año, y se enfrentaron a una selección de jugadores de Coatzacoalcos entre ellos: el Sr. Meza, Hugo (Cantinflas), Ángel Athie, Marcos Sandoval, Pillo Castro, Montelongo, etc., nuestro equipo de la primaria se enfrentó (en un juego abridor) contra un equipo de otra escuela.
A un costado de la escuela se encontraba “El campito”, los maestros nos llevaban a realizar pruebas de atletismo y jugar béisbol, también ahí se dirimían las diferencias entre los alumnos.
En ese tiempo no había eso de bulying ni de demandas, simplemente “Nos vemos a la salida en el campito”, nunca paso de dos o tres empujones y al grito de ¡ahí viene el profe! se olvidaba toda rencilla.
En la escuela de mi infancia recibimos educación básica miles de profesionistas y ciudadanos que hicieron de un pequeño Puerto México, la pujante ciudad de Coatzacoalcos.
Cualquier apellido del directorio telefónico tendrá algo que ver, directa o indirectamente, con esta escuela; pero no solo enseñaban matemáticas y escritura, la disciplina y el fervor patrio se expresaban cada lunes y viernes con la jura de bandera, donde alumnos destacados de cada grupo formaban la escolta.
Las clausuras de cursos eran todo un espectáculo, como olvidar aquellos bailables donde las niñas demostraban su habilidad saltando las cuerdas al ritmo de la música o asombrando con su destreza para hacer girar el hula hula por todo su cuerpo, los varones hacíamos lo propio con los patines y tablas rítmicas, sin faltar los clásicos y espectaculares bailables: Jarocho, istmeños, norteños.
Por las noches la “exposición” donde cada grupo mostraba el trabajo manual realizado durante el curso, las niñas arreglos florales, bordados y tejidos que generalmente terminaban sus mamás.
El anecdotario registra que en alguna ocasión se exhibió un hermoso bordado cuya tarjeta decía: “Trabajo realizado por la mamá de la niña fulanita de 5º año”, los varones presentábamos fabulosas repisas de madera, cuadros en triplay calado y pintado, tallas en coco.
El día de las madres también era un espectáculo donde además de bailables, no faltaba aquella poesía de Salvador Díaz Mirón donde el niño postrado en la tumba de su madre entre sollozos gime “Mama soy Paquito, no hare travesuras”, cerrábamos con las mañanitas para al final correr a darles un presente elaborado para la ocasión.
Todo esto coordinado por entusiastas maestros, como olvidar la impresionante y blanca figura del director Carlos Contreras, el respeto que imponían con su sola presencia los maestros Teodoro y Santillana, la excelsa caligrafía del Profesor Jorge Ortega “Cachito”, el enigmático Profesor Caracas o al siempre amable profesor Lobato.
Al estar separados los salones y canchas de niños y niñas por un enorme auditorio, las niñas contaban con la cariñosas profesoras Sensitiva y Panchita, las estrictas Celia y Sara Garay, las amable Nora Aguilar y Chepita.
En esos años el personal de apoya del lado de las niñas lo formaban mi madre Minerva y doña Chepa con su inseparable puro, del lado de los niños el güero Salvador y mi padre Chimino, siempre al tanto de nuestro cuidado y sobre todos que los niños no atravesaran el auditorio para ir a platicar con las niñas.
Pero además de proporcionar educación integral, este inmueble nos dio tradición y raíces, porque muchos de los primeros estudiantes generaron dinastías al educarse aquí sus hijos y sus nietos, es probable que entre los niños que hoy realizan la última jura de bandera se encuentran, algunos que representen la 3ª generación.
Pero no solo en los estudiantes, también entre maestros y personal de apoyo surgieron estas dinastía: la maestra Yolanda Aguilar cuya hija la maestra Jenny Bencomo laboró aquí, de la maestra Panchita su hija la maestra Nacu, el profesor Llanos y su hija la maestra Eunice; dentro del personal de apoyo Erasto, sus hijos: el maestro Antonio y el supervisor Fernando de Gyves; Doña Bertha y su hija la maestra Griselda, de mis padres Chimino y Minerva sus hijas Isabel, Licha y su nieta la maestra Clarissa.
Por eso, este acontecimiento es importante; porque además de educación básica para miles de estudiantes en sus setenta y cuatro años de vida, esta escuela que hoy cumple su ciclo, forjó tradición y raíces en muchas familias porteñas y a otras nos dio vida.
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