Por años, Jesús Uribe Esquivel fue el enemigo público número uno del gobierno de Cuitláhuac García Jiménez.
Hoy, desde su casa —donde permanece por arraigo domiciliario— cuenta cómo es vivir cuatro años con el sello de “perseguido político”, cómo lo quisieron desaparecer del mapa político de Las Choapas y por qué, pese a todo, no huyó.
Nos recibe sin aspavientos, camisa polo naranja, pantalón de mezclilla, tenis. No hay poses. Solo un hombre que sobrevivió a un aparato que, según él, tenía una misión: destruirlo.
“Lo que hicieron fue para acabarnos. Pero la voluntad de Dios no fue esa”, Jesús Uribe habla de frente. Acusa, con nombre y apellido sobre quienes orquestaron su detención: al primero que menciona es al ex gobernador Cuitláhuac García Jiménez, lo sigue, Esteban Ramírez, operador político morenista y Renato Tronco, viejo cacique del sur veracruzano.
Ellos —afirma— armaron su caída. “Les preocupaba que yo llegara a la presidencia municipal de Las Choapas. Renato tenía miedo de que yo destapara todo el desvío y robo que hizo y el gobernador le hizo el favor a su amiguito”.
De Esteban Ramírez, dice que se enojó porque muchos no piensan como él.
Cinco carpetas en su contra. Todas fabricadas, según su versión. Y una cárcel federal como castigo. Ahí vivió lo que otros llaman “el verdadero infierno”.
“Lo más difícil no es la celda. Es la incomunicación. Ves a tu familia cada 11 días. Hablas por teléfono 10 minutos, cada 10 días. Piensas que algo les puede pasar. Y eso te mata”, aseguró en entrevistado, mientras en su rostro se refleja que abre su memoria como un libro para recordar los detalles".
Dice que pensó en el exilio. Que hubo días oscuros. Pero no se fue. “Irte es darles la razón. Y yo no tenía por qué correr”.
Hoy, la historia es distinta. Ya no gobierna Cuitláhuac. Ahora está Rocío Nahle. Y Uribe lo nota.
“Ella no da órdenes para detener a nadie. No mete las manos en las investigaciones. Se nota que es otro tipo de política, por eso Veracruz está cambiando”.
El proceso sigue. Recuerda cuando sus cuentas fueron ‘congeladas’. Hoy un policía armado lo vigila todo el día, todos los días. Pero dice estar tranquilo. “Cuando pueda salir, no usaré escoltas. El que nada debe, nada teme”.
Tiene fe. En la justicia. En la gente. En Las Choapas. “Este lugar va a cambiar. Vamos a demostrar que sí se puede hacer política diferente. Que se puede limpiar todo esto”.
“Nos quejamos, sí. Pero también somos responsables. Votaron por gente que solo quería llenarse los bolsillos. Hicieron la cuarta transformación… de su bolsa. El pueblo está peor que nunca. Más de 750 kilómetros de caminos rurales no pudieron arreglar”.
Sobre los medios de información, dice que algunos “Son amarillistas. Les gusta el escándalo. Pocos fueron profesionales”.
Uribe asegura que en las próximas semanas demostrará su inocencia. Que no hay delito. Solo un pacto político que se vino abajo.
Y mientras tanto, espera: “Lo único que quiero es salir a caminar las calles de Las Choapas”.
Lo dice con los ojos firmes. El cuerpo sereno. Como quien ha aprendido que el encierro físico no siempre encierra al espíritu.
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