Julissa tenía apenas 19 años de edad, una juventud que apenas comenzaba a dibujarse, marcada por los retos de ser madre de un pequeño, pero fue asesinada arteramente por su marido, nublado por celos infundados y el valor que el alcohol le da a los cobardes.
Los domingos en Cerro de Nanchital son días de bullicio. Las comunidades vecinas llegan con sus cestas vacías a llenarse de víveres; el campo de fútbol se convierte en el epicentro de risas y apuestas; las cervezas se sirven con generosidad.
La vivienda de la calle Michoacán, donde ocurrieron los hechos, es hoy un lugar desolado, lleno de silencio y lamentos. En un pueblo de menos de mil habitantes, todos se conocen, todos saben algo. La noticia ha corrido de boca en boca, alimentada por el morbo y la tristeza de quienes aún no entienden cómo Julissa, la joven madre de mirada tímida y sonrisa fácil, terminó siendo una estadística más en el largo registro de feminicidios que acechan al sur de Veracruz.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo ocurrieron los hechos. Pero el contexto, ese que se cocina en las charlas de vecinos, lo dice todo: Alex, de 27 años, era conocido por ser un hombre violento, irascible, atrapado en el vicio del alcohol y el fuego de los celos. La delgada figura de Julissa, con su piel morena y su cabello largo, parecía frágil ante la tormenta de golpes y gritos que de vez en cuando escapaban de aquella casa.
Este domingo Alex había bebido demasiado, como muchas otras veces, pero ese día, según cuentan los vecinos, algo más ardía en su pecho. Miradas furtivas, palabras malinterpretadas, sospechas infundadas: un cóctel de odio que explotó la madrugada de este lunes en la frágil humanidad de Julissa.
Dicen que intentó huir, que alzó la voz y que nadie la escuchó. Los puños de Alex cayeron como martillos sobre su cuerpo, golpe tras golpe, hasta que no quedó fuerza en ella para moverse ni para suplicar. El pequeño, ajeno a la brutalidad del mundo adulto, dormía en una esquina, quizás sin entender que estaba presenciando el último aliento de su madre.
El silencio en aquella vivienda fue roto solo por los pasos de las autoridades que llegaron a levantar el cuerpo, ya sin vida, de Julissa. La rabia, el miedo y la impotencia se han instalado en Cerro de Nanchital. En las esquinas, en las tiendas y en los patios, los rumores no cesan: “Ella lo quería dejar…”, “Él siempre fue así…”, “Nadie hizo nada…”. Y, al final, la única verdad ineludible es que una joven madre ha muerto.
ALFREDO SANTIAGO H. / Imagen del Golfo
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