A sus más de 70 años de edad, don Ignacio González observa el atardecer desde una enorme mesa, a un lado de la cabeza Olmeca número 10, que se exhibe en el museo comunitario del Instituto Nacional de Antropología e Historia en San Lorenzo Tenochtitlán.
Es un hombre que ha visto emerger de la tierra, las enormes figuras de la cultura Olmeca para enseñarse a las futuras generaciones y se conozca que, en este municipio, existió una enorme civilización antigua que aun a la fecha, guarda muchos misterios y que enorgullece a nuestro país.
Ha sido el custodio desde hace más de medio siglo, de más de 200 piezas encontradas en el ejido de San Lorenzo Tenochtitlán, Potrero Nuevo y Xochiltepec, de las cuales, la mitad de ellas, las más grandes están en exhibición al público en el museo comunitario.
Desde 1968, decidió dejar el campo agrícola del ejido, para convertirse en lo que es hoy, el custodio primero, del museo de sitio donde había un amplio terreno en el que se encontraron las cabezas olmecas y piezas importantes.
De ellas, sólo una, la número 10 y un jaguar, que están a la vista de los visitantes locales, estatales y nacionales que llegan, aunque pocos, al museo comunitario.
¿Casado?, no, soltero, ¿hijos? Tres, todos adultos, me platica don Nacho, el más longevo vigilante del museo, de un total de tres que tiene. Los otros son más jóvenes. Todos son empleados federales del INAH.
Y don Nacho no se piensa jubilar, al menos por el momento, hasta que las cosas cambien, afirma, ¿por qué hasta que las cosas cambien? Le insisto y me dice las mismas palabras.
La realidad es que actualmente no pueden heredar las plazas a sus hijos por las reformas a nivel federal que se han hecho, desde el gobierno de Enrique Peña Nieto, que prohibió la herencia de plazas.
Don Ignacio González dijo haber dejado de sembrar su tierra para poder cuidar de este nuevo terreno, el cultural, el misterioso y el tan importante museo de la cultura Olmeca.
Don Nacho recibe a los visitantes, les pide su registro, los guía y al mismo tiempo, junto a sus dos compañeros, cuidan que todo esté limpio, que el pasto no esté crecido y todo funcione adecuadamente para que los visitantes puedan disfrutar de un recorrido.
En el que, existen piezas en el exterior, donde se pueden observar acueductos y muchas otras evidencias en pieza, de la existencia de esta importante civilización que se ha caracterizado por las enormes cabezas olmecas.
San Lorenzo antes era una comunidad de campesinos, ejidatarios, sin embargo, luego de la localización de la primera cabeza colosal, en 1945, la situación para esa comunidad empezó a cambiar.
Diez de las 17 cabezas que han sido encontradas sobre esta cultura fueron en la zona de San Lorenzo Tenochtitlán.
Nueve de ellas, están dispersas en museos de México y Xalapa, debido a que, luego de su descubrimiento no había las condiciones adecuadas para mantenerlas en buenas condiciones.
En 1986, San Lorenzo Tenochtitlán aceptó el traslado de tres cabezas colosales hacia el entonces nuevo museo de Antropología de Xalapa.
En 1990, inició el proyecto arqueológico. Los ejidatarios pidieron que el resto de las cabezas, se quedaran en la comunidad dentro del albergue que habían construido, en 1986 y fue demolido en 1992.
En 1994, fue localizada la décima cabeza, llamada Tiburcio, que es la que actualmente se exhibe en el museo.
Desde febrero hasta julio de 1995 se realizó la construcción de ese museo y en el mes de agosto del mismo año, se inauguró.
El eterno vigilante, don Nacho, ya era el cuidador de las piezas, desde el museo de sitio y luego, el museo comunitario.
El ejido de San Lorenzo es cuidado por los mismos campesinos. Se puede sembrar, pastorear, pero no excavar.
Los beneficios exigidos por los campesinos, a cambio de permitir que se llevaran sus cabezas, actualmente se ha traducido en energía eléctrica y una carretera que los comunica a la cabecera municipal de Texistepec.
Hemos dejado de andar en lancha, dice don Nacho, y ahora andamos en carro.
Aunque el inmueble se construyó con recursos de diferencias instituciones federales, estatales y locales, así como la cooperación de ciudadanos del ejido y de otras comunidades; el cuidado del lugar está a cargo del INAH.
Hay tres edificios, uno, es una bodega donde se guardan alrededor de cien piezas que aún no están siendo exhibidas por falta de vitrinas y otras cosas más.
Una cantidad igual, se expone en el principal inmueble, que son dos habitaciones separadas por un patio donde reposa la cabeza número 10 y un tercer lugar, donde se ofrecen cursos de alfarería.
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