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Sin patear el pesebre: EL ENDRIAGO

Sin patear el pesebre

| 2025-02-14 | Jorge Yunis Manzanares
Sin patear el pesebre: EL ENDRIAGO
Diario del IstmoDiario del Istmo

En esta ocasión permítanme compartir una historia del maestro Juan de la Barreda Solórzano, que me ha parecido muy apropiada, y que describe con especial claridad, una de las conductas más funestas y temibles que puede desplegar el ser humano, me refiero al linchamiento.

Diputados y dirigentes de partidos políticos, columnistas y conductores de noticiarios,  prelados criminólogos profesionales y de ocasión, oficinistas, amas de casa, taxistas, es decir todo mundo, coincide en  que los linchamientos se deben a que el pueblo _ o la sociedad, usted elija el termino más respetable _ está  harto de tanta delincuencia y de tanta impunidad, y, en consecuencia indignado ante los delincuentes en que una multitud logra atrapar, en lugar de entregarlos a las autoridades decide la vía expeditiva de hacerse justicia por propia mano ¿ quién podría negar que en efecto hay desencanto, enojo, temor e impaciencia ante la criminalidad y la ineficacia oficial para prevenirla y castigarla?  Y sin embargo el más superficial de los análisis permite  escapar del tic repetitivo, del lugar común vulgar y facilón.   

Si indignan los delitos y la falta de castigo a sus autores, pero esa indignación no es el verdadero móvil de los linchadores. ¿Se fijaron ustedes en  los rostros de quienes rodeaban los cuerpos, dos de ellos ya sin vida, de los tres jóvenes asaltantes, linchados en la delegación de milpa alta?  No de enojo si no diversión, no lamento si no satisfacción,  no animo de justicia sino de venganza.  ¿Justicia? ¿Hubo un juicio popular contra los detenidos?  ¿Hay alguna proporción entre su delito y el  castigo que se les infligió?  ¿Se trató de causarles un  mal que retribuyera su conducta antisocial? , o De saberlos inermes ante la masa, ¿inferirles el mayor mal posible?  Puñetazos, puntapiés, escupitajos, palos al vientre, a la espalda, el pecho, a las piernas, a los brazos, a la cabeza, a la cara,  ¿que sintieron los justicieros al ver las cuencas de los ojos vacías, que sus rostros se iban volviendo masas sanguinolentas, que sus cuerpos se iban desguazando?  Alguno pensó que estaba con los demás participantes?  Siendo justos  ¿es que alguno pensó siquiera un instante mientras golpeaba con saña, en la justicia? , O más  bien era la oportunidad de sacar a la bestia, al monstruo que habita en su alma, con la coartada de hacer justicia, con la perspectiva de que ante la dificultad de que se precise la autoría de la agresión múltiple quedar impune?  El México profundo,  el endriago oculto en algún espacio sombrío del corazón, ni tan profundo,  pues asoma a la primera oportunidad propicia.   

La aplicación de la ley suele llevarse a cabo muy insatisfactoriamente, pero las leyes son el mejor producto  o el menos malo, que los seres humanos hemos ideado para racional y civilizadamente, castigar delitos y resolver conflictos, ya sea entre particulares, entre gobernantes y gobernados o entre autoridades diversas.

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