El bochornoso caso de Martín Borrego, exfuncionario muy cercano a la secretaria del Medio Ambiente y Recursos Naturales, Alicia Bárcena; la incorporación del panista implicado en la trama Odebrecht, Jorge Luis Lavalle, al gobierno de Layda Sansores; o del diodorista José Antonio Estefan Garfias a la administración de Salomón Jara en Oaxaca, trae de nuevo a debate el tema de la honestidad y honradez en el ejercicio público.
Pero también del fichaje del exgobernador oaxaqueño, Alejandro Murat Hinojosa, a las filas morenistas, más otras alimañas del viejo PRI, como Alejandro Avilés, en el partido Verde, aliado vergonzante de la 4T, donde ya se preparan para asaltar palacio de gobierno en la próxima gubernatura. Mientras, quienes históricamente construyeron el movimiento de López Obrador ven pasar el presente con perplejidad e interrogantes.
Ser honesto, además de parecerlo, debe normar la conducta de toda y todo servidor público en el poder del Estado y del partido (morena), actual fuerza dominante en México. No va a ser fácil que con todo y las buenas intenciones de la presidenta Claudia Sheinbaum se logre este triunfo cultural al interior de los tres niveles de gobierno, además de los poderes legislativo y judicial. Y del partido, donde sigue mandando el poder ejecutivo.
Incluso en sindicatos como en el IMSS o ISSSTE (donde se ha denunciado robo, saqueo de medicamentos y maltrato a usuarios de servicios médicos); gremios supuestamente independientes de las Universidades (y el mismo magisterio nacional y oaxaqueño que se promueve como democrático) siguen vigentes viejas prácticas de venta y otorgamiento de plazas a familiares o compinches, sin que posean el perfil adecuado. Sucede también en gobiernos estatales y municipios. Solo porque después de años de lucha se han "ganado" este "derecho".
El caso de los burócratas oaxaqueños es paradigmático donde se pelea a muerte la dirigencia, no solo entre facciones internas, sino con la participación de "operadores" vinculados a palacio de gobierno, que pretenden arrebatarle la hegemonía al viejo PRI que sigue mondo y lirondo incrustado en oficinas clave, desde donde se filtran a la opinión pública documentos comprometedores que, caso aparte, traen vueltos locos a los bisoños gobernantes.
No hay momento en que no se denuncie o señale el aprovechamiento malsano de alguna licitación o contrato público, alimentando la narrativa del descubrimiento de prácticas y verdades ocultas que quiérase o no dañan la perspectiva del cambio y la transformación del papel del Estado en su relación con la sociedad.
Está avanzando la narrativa, sin que nadie realice una defensa inteligente, más allá de la trillada frase de que "no somos iguales que los otros", de que el autoritarismo y corporativismo de Estado con acciones violentas para acallar a opositores o críticos–como en décadas sucedió en México- está más fuerte que nunca, reduciéndose todo a una alternancia solamente de partido. Puro verbo, pero nada o muy poco de hechos y pruebas de que "nosotros los de ahora, no somos los mismos". Circula en corrillos, entre comunicadores, en espacios del partido, en la conversación pública, la lamentable idea de que "éstos son peores que aquellos que mal gobernaron Oaxaca".
Se ha creído, erróneamente, que la corrupción permeaba solamente en el ámbito federal. También hace aire en entidades donde caciques gobernadores y gobernadoras, presidencias municipales, legisladores y dirigentes del partido guinda continúan sin control imponiendo, nada más ganan una elección, a cuanto pariente, familiar directo, amante, amistad, cómplice o correligionario necesita empleo, o se pagan de esta manera favores recibidos en una campaña política.
Las y los oaxaqueños somos testigos de este tipo de escándalos, cuyas denuncias parecen no hacer mella en quienes los practican. Y no hay poder superior – léase palacio nacional- que lo pueda impedir. Ya lo dijo la propia presidenta, palabras más, palabras menos: con los Estados no me meto. Posición similar se escucha de las y los nuevos dirigentes nacionales de morena. Por "respeto a la autonomía y soberanía de los estados".
Frente a esta circunstancia, los llamados presidenciales a las y los servidores públicos a comportarse de manera honrada, y austera, predicando con el ejemplo, incluso recomendándoles "evitar y condenar cualquier asomo de influyentismo, nepotismo, corrupción e impunidad", resultan como los llamados a misa: quien quiera acatarlo lo hace; pero quien no, seguirá abusando de los espacios y dineros públicos. Total, han de pensar: "Qué tanto es tantito". Es verdad: no son todos y todas, porque hay gente limpia, pero muchos no conocen ni practican el significado de honradez y honestidad. Con este mal sabor de boca, se van diciembre y sus Posadas.
@ernestoreyes14
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