El pasado viernes, mientras la luna se asomaba sobre el malecón de Coatzacoalcos, el alma colectiva de una ciudad encontró refugio en un escenario.
No fue un mitin político, no fue un discurso de campaña, no fue una inauguración protocolaria. Fue algo más poderoso: un concierto de Caifanes, en el arranque de la Expo Feria Coatza 2025.
Un acto que, más allá de su envoltura musical, nos dice mucho sobre lo que puede unir a la sociedad, y sobre los espacios —cada vez más escasos— donde el pueblo se puede congregar sin violencia, sin consigna y con esperanza.
La feria arrancó como pocas veces se ha visto. Una asistencia épica. Algunos lo comparan con aquella noche inolvidable cuando Mägo de Oz hizo vibrar el recinto ferial.
Esta vez, fue Caifanes, esa banda que carga en sus acordes los ecos del México que se resiste a olvidar, la que encendió los corazones de miles.
Jóvenes desde las 7 de la mañana formados en el acceso de la sede con la devoción de quien va a misa. Fue, sin duda, una celebración pagana donde los himnos fueron "La célula que explota", "Viento", "Afuera", "No dejes que", "Los dioses ocultos" o "Perdí mi ojo de venado".
Muchos se quedaron afuera, siguen las señales de que el espacio de la Feria se ha quedado pequeño para la convocatoria que tienen algunos grupos musicales.
La fila de acceso llegó a tener hasta 2 kilómetros de distancia, según organizadores.
¿Qué dice esto en un país donde el tejido social se deshilacha por la violencia y la polarización?
Habla de la necesidad urgente de rituales colectivos. Porque los pueblos no solo necesitan pan, también necesitan cantos. Y la política —entendida en su acepción más noble— debería aprender de estos fenómenos.
La movilización emocional, el sentido de pertenencia, la convocatoria voluntaria, el reconocimiento de liderazgos simbólicos: todo esto fue evidente en ese concierto.
Por hacer un símil, mientras los partidos políticos se desgastan en luchas intestinas y candidatos repiten discursos vacíos ante plazas semivacías, Caifanes congrega multitudes de todas las edades.
Es particularmente significativo que el 70% de los asistentes fueran menores de 35 años. Muchos no habían nacido cuando Caifanes ya llenaba estadios.
Aquí un ejemplo. El pequeño Ricardo, desde lo alto de una silla, con su pañuelo de Caifanes en la frente, coreando cada palabra, fue quizá el símbolo más potente de la noche.
Ese niño —que eligió celebrar su cumpleaños en un concierto de una banda formada 30 años antes de su nacimiento— encarna la esperanza de una ciudadanía que, en medio de la violencia, aún busca espacios para ser feliz. Y eso, en estos tiempos, ya es mucho.
¿Cómo explicar entonces esa conexión transgeneracional? La respuesta está en lo que esta banda representa: una contracultura que se volvió voz de lo invisible, canto de los marginados, poesía urbana que no se vende al poder.
En tiempos donde la política parece cada vez más lejana y tecnocrática, Caifanes mantiene viva la emoción de lo común, lo compartido, lo simbólico.
Ahí estaba también el olor a incienso de hierba verde que flotaba sobre la plaza en algunas zonas; para unos no solo era "místico", servía para que, en su creencia, se internaran en el inframundo del caifán.
Así como lo dice la verba popular: un "caifán es aquel que se resiste al engaño y a las compensaciones materiales y busca en el alma su recompensa".
El viernes pasado muchos mostraron que están dispuestos a reunirse sin miedo, a compartir sin sospecha, a cantar sin que se diga que están perdiendo el tiempo. Porque, como lo mostró ese solo de batería de Alfonso André —frenético, visceral, ceremonial—, la música no es solo entretenimiento; es resistencia.
También es necesario señalar lo que hay que mejorar. La logística tuvo sus fallos que no pasaron a mayores.
La retención —por parte de la seguridad privada contratada para el evento— de cientos de personas antes de ingresar a la plaza del concierto provocó algunos aplastados por los empujones y 15 con ligeros desmayos.
No se puede permitir que la emoción se transforme en caos.
Las grandes concentraciones exigen preparación, orden, seguridad. Si se quiere seguir convocando a la ciudadanía sin miedo, se debe garantizar entornos seguros. Ahí hay temas que corregir.
La noche cerró con un símbolo inolvidable: Imagine, de John Lennon, que sonó una vez que la banda empezaba a despedirse de su público.
Ese fue el cierre, el abrazo colectivo, el recordatorio de que sí, se puede imaginar un mundo mejor. Porque no basta con criticar, hay que imaginar. No basta con resistir, hay que construir. No basta con vivir, hay que vibrar.
Así, en medio de luces, incienso y guitarras, el pueblo de Coatzacoalcos habló sin gritar, se reunió sin que lo obligaran, celebró y celebró.
Lo de Caifanes no fue un concierto: fue una ceremonia civil del alma, donde un pueblo cantó para no romperse más. La noche del viernes, Coatzacoalcos no pidió permiso para ser feliz. Simplemente fue.
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