En un día tomamos bastantes decisiones: personales, familiares, laborales, sociales. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Decisiones fáciles o complejas, tristes o prometedoras. Sobrecargamos nuestra mente, sin escapes ni catarsis. Es cuando surge la fatiga decisoria que va generando resultados adversos. Es preciso hacer un alto, respirar e ir haciendo un selecto número de decisiones, ya que muchas son triviales y solo originan estrés innecesario.
Decidir implica invertir bastante energía mental, sobre todo cuando lo que está sobre la mesa es complicado; un dilema que puede significar estar entre la espada y la pared.
Cuando hay tanto por decidir, es preciso darle un respiro a tu mente para que lo que surja en adelante no se monte en el piloto automático; escoger sin reflexionar para después arrepentirnos.
La fatiga decisoria es un lastre emocional que entorpece el momento de hacer un fallo a conciencia, de ahí que descansar o purificar tu mente es imprescindible para que después no haya Mea culpas.
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