¿Cumplir con tus expectativas y desafíos diarios se ha convertido casi en una obsesión para ti? ¿Y alcanzar algunos, te reta para conseguir más y más?
No es que sea malo mantener un listón en alto en cuanto a tu desempeño, pero a veces tratar por todos los medios cumplir con objetivos estrictos, puede interferir en tu vida.
Una necesidad de control, de perfección, impuesta por una dinámica de exigencias, juegas tus días como en un rompecabezas; todo tiene que encajar; ni una pieza fuera, ni un tache, ni un error, es cargar mucha demanda cuando los recursos son contados.
Rigidez que seguro traes desde la infancia, con tus padres, maestros, amigos, de amor propio incluso. Si tu “problema” no es un trastorno obsesivo-compulsivo, que precise ayuda profesional, entonces balancea tu vida con los siguientes consejos:
Siéntate, reflexiona, piensa si llevar tu vida así tiene sentido, qué tipo de emociones surgen a ser perfeccionista. ¿Ansiedad, angustia, miedos de cometer un error? Enfréntate a esto y reduce esos pensamientos, compénsalos, dándote un respiro de vida, de “fracasos” ex profeso. No te castigues.
Todo extremo es poco saludable, reconoce y actúa en consecuencia, dándole importancia al camino (esfuerzo y constancia), más que a la meta.
Escribe y analiza sobre tus fortalezas, capacidades y límites que te hacen único, ve hasta dónde realmente puedes llegar. Modifica tus expectativas, hazlas reales; es clave para no caer en la autoexigencia del látigo.
En efecto, es difícil romper con patrones mentales que por años han marcado altos niveles de compromiso, pero tu salud física y emocional lo agradecerá con prestaciones de años de vida con felicidad.
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